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Usar las palabras de otros como práctica social: Complejizando la conversación.
Víctor Jesús Rendón Cazales
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Usar las palabras de otros como práctica social: Complejizando la conversación.

Usar las palabras de otros como práctica social: Complejizando la conversación.

Oscar Hernández                                                                              Judith Kalman

UAM, Lerma.                                                                                     DIE-CINVESTAV.

 

A raíz de la publicación del reportaje “Peña Nieto, de plagiador a presidente” en el sitio Aristegui Noticias, se han expresado en redes sociales y en otros medios de comunicación diferentes opiniones sobre lo que implica usar las palabras de otros en un trabajo propio sin hacer el reconocimiento correspondiente de la obra o el autor original. En diferentes foros, académicos e intelectuales han señalado que el “plagio” representa una falta de ética y deshonestidad, un delito que merece ser castigado o que muestra la “ignorancia de las personas” que no saben “escribir”.  El caso documentado por Aristegui Noticias se suma a otros que recientemente fueron reportados en los medios de comunicación: un profesor de la UNAM, un investigador de la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo y uno del Colegio de San Luis. Las opiniones que en su momento se expresaron sobre estos casos fueron más o menos las mismas.

 

Como académicos sabemos la importancia, el valor y el sentido de la citación en la elaboración de nuestros textos y sabemos que la citación y mención de los autores cuyas obras son referentes e influyen en nuestra escritura es una práctica académica medular. Sin embargo, la inclusión de textos de otros sin reconocer su autoría es un fenómeno común que refleja prácticas con fuertes raíces en la forma en la que se educa en México, y de hecho ocurre con frecuencia en los distintos niveles educativos. Esta es la problemática que aquí nos interesa por lo que proponemos hacer una pausa y pensar acerca de qué tipo de acontecimientos estamos hablando.

 

Algunos colegas han señalado que “la tendencia generalizada a incrementar la cantidad de productos, el número de alumnos por programa, el número de tesis dirigidas y la eficiencia terminal… ha terminado por jugar en contra de la calidad académica” (ver Por una cultura académica distinta: propuestas contra el plagio). Esto tal vez explica por qué algunos investigadores han intentado incrementar sus publicaciones utilizando los textos de otros. Pero lo que no explica es por qué lo hacen algunos estudiantes o porqué en algunos documentos  públicos aparecen párrafos copiados o parafraseados de otros textos sin mención alguna de su origen (Barranco, 2016). ¿Todo se puede reducir a una intención de engaño o una falta de rigor académico? De acuerdo a lo que señala el artículo Plagiar o no plagiar, ¿esa es la cuestión?, un estudio de la UNAM reportó en 2013 que los estudiantes de esta máxima casa de estudios que reconocen usar las palabras de otros,  lo hacen porque “1) no saben citar bien, 2) saben que no está sancionado y 3) porque creen que hacer uso de las comillas, de las notas al pie y de las referencias a los textos de otros autores no es importante.” Llama la atención que la primera razón se refiera a un asunto que tiene que ver con enseñar y aprender y la tercera porque alude a las creencias de los alumnos y su forma de valorar la citación.

 

Copias legitimas e ilegitimas

Nuestra reflexión parte primero de la observación de que hay tipos de textos y usos de la escritura en  los que copiar  es legítimo; el llenado de formularios, por ejemplo requiere la reproducción fiel de datos específicos. Seguramente muchos lectores se acuerdan de los recibos de honorarios que se llenaban a mano con datos y frases precisas y que no se podían tachar. Las escrituras de propiedades reproducen fielmente la historia de los cambios de propietario del bien, trasladando largos fragmentos de un título a otro. Los oficios y las invitaciones formales incluyen frases formulaicas que se copian  una y otra vez.   

 

No obstante en el contexto académico, en la elaboración de ciertos géneros textuales, el uso de las palabras de otros sin reconocer las fuentes no se permite y, como vimos en los casos señalados al inicio de este texto, es una práctica que cada vez más es sancionada pública y legalmente. A pesar de ello, tenemos que reconocer que copiar también es una práctica aceptada e, incluso, promovida por la propia escuela, sobre todo en los niveles básico y medio (e inclusive, en el nivel superior). Consideramos que, en parte, esto es así porque a menudo las prácticas educativas en el salón de clase se sustentan en una idea del aprendizaje y la enseñanza basada en la transmisión (y adquisición) de conceptos y en una tradición didáctica que favorece el transmitir los contenidos curriculares y el cumplir con las tareas asignadas más que el desarrollo y construcción del conocimiento, su representación, la apropiación de discursos y la producción escrita propia. Es en este escenario en donde se promueven prácticas textuales basadas en la reproducción de los escritos ajenos: por ejemplo cuando los alumnos deben encontrar información o copiar una definición, poner su nombre en su hoja y entregarla; o cuando entregan “trabajos de investigación” copiados de diferentes fuentes, muchas veces sin explicaciones, sin articulaciones propias y sin citas. Los maestros los reciben, los  aceptan, los evalúan y aprueban a los alumnos.

 

 Lo que nos parece difícil comprender es en qué momento y de qué manera la práctica del copiar y pegar se deslegitima, y cómo se construye esta idea. Dicho de otra manera, ¿en qué momento suponemos que los estudiantes construyen una noción compleja de lo que es usar las palabras de otros y distinguen los usos aceptables de la reproducción de textos de los no aceptables? Por eso, más que participar en las discusiones sobre cómo castigar a los plagiadores, queremos complejizarla y proponer otro punto de vista en la conversación. Creemos que, si es un fenómeno tan común como parece, entonces es un problema social. Y también creemos que los problemas sociales requieren soluciones sociales. Por eso, proponemos examinar el uso de la reproducción de textos en la escuela. Elegimos la escuela porque es la institución social que tiene a su cargo la formación de los nuevos lectores y escritores, que inserta a los alumnos, desde el momento que llegan al patio del pre escolar, a una cultura escrita académica. Desde un punto de vista interesado en la educación, los acontecimientos recientes nos ofrecen la oportunidad para reflexionar acerca de la escritura en la escuela.

 

De la copia a la argumentación

Sin duda, y de manera contundente,  podemos afirmar que copiar es una práctica escolar común y ampliamente arraigada; una parte importante de las tareas que se asignan en la escuela se resuelven reproduciendo textos, datos y diagramas de diferentes fuentes; las llamadas preguntas de comprensión, tan comunes, se resuelven la mayoría de las veces copiando fragmentos,  parafraseando o manipulando sintácticamente los textos leídos. La “investigación” en la educación básica, a menudo, consiste en buscar información y,  ahora con el uso de la computadora, copiar fragmentos de texto de un entorno y pegarlos en otro. Pero copiar textos no es nuevo, antes de internet se copiaba a mano de la enciclopedia o del diccionario al cuaderno.  Antes y ahora, el trabajo con términos especializados muchas veces se limita a buscar y copiar sus definiciones e inclusive, en la elaboración de mapas, diagramas y líneas del tiempo, en gran parte, lo que el alumno hace es copiar de una o más fuentes sin reportarlas. En suma, muchas de las tareas y  los ejercicios que se realizan en la escuela se resuelven con la reproducción de contenidos elaborados por otros y la actividad principal del alumno es copiar. Por ello es común observar en algunos cibercafés que parte de los servicios que ofrecen es el “hacer tareas” o “hacer investigaciones”; ahí los encargados de los cibercafés realizan las tareas escolares principalmente copiando y pegando información disponible en Internet (ver tesis de Hernández, 2015).

 

Copiar textos en sí mismo no es problemático, el uso de las ideas y las palabras de otros es una práctica aceptada en la elaboración de textos académicos, y por eso hay convenciones establecidas para hacerlo. La inserción de citas, paráfrasis e inclusive la referencia a una idea de otra persona requiere el uso de fuentes, comillas cuando es textual, el año de publicación, la casa editorial, e inclusive la página precisa. Sin embargo, reconocer la aportación de otros autores en la elaboración de un texto propio, va más allá del dominio técnico de las reglas de citación. Implica participar en un tipo de alfabetización académica (academic literacy) en la que se valora reconocer nuestras raíces intelectuales, el origen de las ideas y los insights de otros. Citar correctamente es dar crédito a los que promovieron ciertas perspectivas, confeccionaron frases originales, construyeron argumentos, articularon ideas y palabras de una manera atinada y precisa. Asimismo es un recurso para disentir y contra argumentar, es decir, construir planteamientos propios sobre una problemática. También es participar en una cultura académica en la que el conocimiento está en discusión, donde se parte de la premisa de las múltiples interpretaciones y significados y donde uno busca añadir su voz a los diversos pronunciamientos sobre temáticas que le interesan (pensando en Bahktin).

 

Asumiendo el riesgo de la generalización, hay poco de esto en la cultura escolar. La escritura de textos tiene múltiples funciones en el aula, pero nos atrevemos a afirmar que cuestionar, dialogar, discutir, disentir, crear y expresar no son de los más comunes. Y esto no se ve solamente en las prácticas didácticas de la escritura, también lo podemos observar en las prácticas de lectura: el saber dialogar con los autores, discutir ideas y argumentos, identificar razonamientos, examinar y comprender diferentes puntos de vista sobre un hecho y construir a partir del trabajo con los textos ideas y posiciones propias es poco común. Y son estas formas de ver los textos de otros lo que  permite desarrollar el pensamiento propio y llegar a una redacción propia. La lectura profunda, la apropiación de discursos y la elaboración de textos son quehaceres textuales intrínsecamente vinculados.

 

Por ello, nos parece fundamental subrayar que citar correctamente es una práctica social y como tal, se aprende; y su aprendizaje  se inserta en múltiples eventos letrados, oportunidades de leer y escribir, discutir y compartir textos. Como cualquier conocimiento complejo, se construye, y su apropiación no se realiza ni por decreto ni con la distribución de las reglas de citación. El comprender la relación entre el texto propio y el ajeno, el sentido de las citas, el cómo participar en conversaciones culturales y académicas (nuevamente como dice Bahktin) es parte de una tradición textual que aún nos falta arraigar en nuestras escuelas e instituciones académicas.  Más allá de los aspectos técnicos, implica comprender cómo se elaboran ciertos tipos de textos y porqué se elaboran así. Nos parece que reducir la citación a la “aplicación de las reglas” es desconocer que se trata de un conocimiento complejo, profundo y especializado.

 

Lo que se hace en el aula

De acuerdo a nuestra experiencia en el trabajo con profesores de educación básica, muchos de ellos reconocen que es muy común que sus estudiantes copien y peguen información sin indicar sus fuentes. Ante ello, algunos maestros piden a sus alumnos que escriban a mano, o redacten sus propias ideas en solitario sin recurrir a ningún tipo de fuente como una estrategia que les podría ayudar a desarraigar la práctica del copy paste. Algunos también consideran que la solución a esta problemática es punitiva, o de una mayor vigilancia sobre lo que los alumnos hacen, por ejemplo, mediante el uso del software que detecta el plagio. Sin embargo, lo que es poco común es que los profesores pidan a sus alumnos que reporten sus fuentes o discutan con ellos cómo usar las ideas y palabras de otros para desarrollar ideas o posiciones propias, argumentar, ejemplificar o cuestionar. ¿Y por qué van a hacerlo si se formaron y trabajan en un contexto educativo arraigado en la transmisión del conocimiento y la reproducción de textos? De hecho, en nuestro trabajo con profesores, el cuestionamiento de la copia es uno de los aspectos que enfatizamos: no solamente presentamos algunas convenciones para reportar sus fuentes, reflexionamos con ellos sobre cómo fomentar que sus alumnos expresen por escrito sus conocimientos, ideas, acontecimientos y experiencias y cómo no aceptar trabajos copiados y pegados de recursos digitales o a mano). Sin embargo, muchos docentes se sorprendieron cuando planteamos estas posturas porque  creían que copiar  era necesario para aprender conceptos complejos, definiciones, eventos históricos, etc. En talleres recientes en el Departamento de Investigaciones Educativas (DIE), los profesores expresaron que copiar textos era necesario porque así los alumnos  se quedaban con “algo”, sobre todo  los alumnos poco entusiastas o cumplidos.

 

En estos talleres, propusimos diferentes maneras de promover que los estudiantes elaboraran textos propios. Algunos profesores las probaron en sus aulas y reportaron que era muy difícil que los alumnos lo hicieran, y cuando entregaban textos reproducidos de otros a los maestros les costaba trabajo o no sabían cómo rechazarlos. Esto no nos sorprende: en un pedagogía fundamentada en la transmisión de contenidos, la copia tiene un lugar privilegiado. En síntesis, parecería ser que  para los profesores imaginar actividades escolares que no se basen en la copia es un reto importante y que hay que construir con ellos alternativas didácticas para el diseño de actividades de aprendizaje que promuevan la redacción, la producción de documentos y la expresión escrita.

 

Transformar las prácticas

En un momento en el que se discute el nuevo currículo escolar, consideramos que se debe llevar a cabo una reflexión profunda acerca de las prácticas textuales que lleve al desarrollo de propuestas sobre lo qué significa enseñar a escribir en la escuela y cómo hacerlo. Con el internet existe la posibilidad de desarrollar prácticas fiscalizadoras muy sofisticadas para que el maestro descubra a los alumnos que copian textos ajenos. Pero debemos preguntarnos si queremos que los profesores dediquen tiempo y esfuerzo a  vigilar  de esta manera a sus estudiantes. Pensamos que la relación entre los estudiantes, los docentes, la escuela, y el conocimiento debe—y puede—ser otra. Se trata de desarrollar prácticas textuales y una conexión distinta con el conocimiento, o como lo han dicho otros, de construir una cultura académica distinta, desde la educación básica hasta la educación superior.

 

Hasta ahora, casi nadie ha puesto sobre la mesa  lo que, en nuestro sistema educativo, representa la problemática de enseñar y aprender a escribir como una de las explicaciones de lo habitual del plagio. Esto nos parece sintomático de lo invisible que resulta en el debate público el problema que hemos planteado. Más allá de establecer reglas y mecanismos para castigar el copiar sin citar, nuestros estudiantes deberían de tener el derecho de acceder a prácticas textuales profundas. Implica reconocer que las formas de producir y reproducir textos se aprenden día a día  y que es en el seno de las actividades de leer y escribir que construimos su sentido y nuestras creencias y convicciones acerca del valor de la expresión propia y el usar las palabras compuestas por otros. Sabemos que en el fondo estamos planteando la necesidad de un cambio en prácticas sociales (entendidas como lo que hacemos y lo que pensamos acerca de lo que hacemos) y una transformación de la cultura escolar. Movilizarnos hacia ese rumbo requiere de un compromiso mayor que tomará tiempo y un esfuerzo sostenido, pero estamos convencidos de que, en el largo plazo, es como realmente deben de ponderarse las propuestas educativas. 

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