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¿Enseñar programación en la escuela? Una segunda mirada.
Anonym
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¿Enseñar programación en la escuela? Una segunda mirada.

Artículo publicado en la revista digital argentina El Monitor No 2013

¿Enseñar programación en la escuela? Una segunda mirada.

Judith Kalman*

En la medida en que el uso de la tecnología digital se extiende a múltiples sectores y a distintos dominios de la vida social mediante teléfonos inteligentes, tabletas y laptops, y como parte integral de máquinas de uso cotidiano (máquinas de coser, motores de automóviles, micro ondas y más), también la práctica de programar se disemina entre sus usuarios. Su presencia ya es tan ubicua que algunos comentaristas en los medios, educadores y diseñadores de políticas públicas están llamando a incluirla en la educación básica como un contenido curricular obligatorio. De hecho, a partir de septiembre de 2014 la programación será parte del currículo oficial en Inglaterra y todos los niños entre 6 y 16 años aprenderán a codificar en la escuela.

Los proponentes de la incorporación de la programación a los planes de estudio promueven su posición con varios argumentos, pero para mí los tres principales son: que enseñar a codificar a las nuevas generaciones traerá desarrollo económico y empleos,  que saber programar incrementará el crecimiento personal, y que la programación es una herramienta democrática y traerá equidad, pues cualquiera puede aprender a hacerlo. Por ejemplo, dos blogueros del Huffington Post plantean:

Nuestra economía se tambalea y en nuestras escuelas existe un rezago en matemáticas y en ciencias. Sin embargo, hasta la fecha hemos pasado por alto una de las mejores maneras de solucionar ambos rezagos. Hoy en la mañana (02/26/2013) www.Code.org lanza un cortometraje con los portavoces de Bill Gates y Mark Zuckerberg, hasta estrellas de rock y jugadores de la NBA All-Stars, abogando para que los estudiantes aprendan codificación básica. Aprender a codificar es la nueva alfabetización. Acelera el desarrollo del niño; estimula la creatividad y desarrolla la confianza, especialmente en las niñas; y abre las puertas a las mejores carreras en los Estados Unidos, con el potencial para levantar a toda una generación de jóvenes estadounidenses, independientemente de su raza, género o nivel socioeconómico. (http://www.huffingtonpost.com/hadi-and-ali-partovi/teach-coding-schools_b_2759066.html).

 Mi primera lectura es que las promesas atribuidas a la codificación son muchas. No creo que ningún conocimiento o saber por sí solo pueda transformar un mercado laboral deprimido, propiciar la creatividad, o levantar a una generación. Estas premisas colocan en los hombros de los individuos la resolución de problemas sociales y económicos profundos. Las “soluciones a los rezagos” serán más bien el resultado de una confluencia de factores y no de la inclusión de una contenido particular en el currículo oficial. Es más, muchos de los argumentos que ahora se esgrimen para promover el aprendizaje de la programación en las escuelas me suenan muy conocidos y de hecho son una extensión de la ideología desarrollista de los años 60 cuando la Unesco lanzó el Programa Mundial Experimental de Alfabetización. En ese entonces se prometía que la alfabetización funcional traería a las naciones e individuos prosperidad, una economía robusta, mayor incorporación a la educación formal, bienestar, e inclusive, conductas morales e ilustración personal—lo que Sylvia Scribner describió como un estado de gracia.

 Todos sabemos el desenlace de esta historia  y el resultado de enfocar los esfuerzos a una versión de la alfabetización que promovía los aspectos más mecánicos y superficiales de lo que significa saber leer y escribir. En 1975 Paulo Friere y John Galtung anunciaron el fracaso de esta campaña en una reunión mundial de la UNESCO en Persépolis, Irán. Freire cuestionó la representación apolítica de la alfabetización y Galtung lanzó dos preguntas que aquí parafraseo: “¿Qué pasaría si todo el mundo se alfabetizara? Nada. ¿Qué pasaría si todo el mundo aprendiera a leer críticamente? El mundo podría cambiar.”

 La presencia y la importancia que la tecnología digital y la programación pueden tener en algunas actividades cotidianas son innegables. Digo algunas, porque no es necesario usar la computadora en todo lo que hacemos ni todas las comunidades valoran la tecnología digital de la misma manera. Esto ya lo vivimos con la lectura y la escritura también.  La investigación cualitativa durante más de treinta años ha demostrado que en contextos  letrados, leer y escribir son prácticas heterogéneas distribuidas de manera asimétrica. Pero hay muchos contextos en los que las comunidades tienen lectores y escritores designados, personas que saben leer y escribir que fungen como mediadores para los demás. Es muy factible pensar que algo parecido esté ocurriendo con el uso de la computadora, la comunicación por mensajería instantánea, el manejo del GPS y otras tecnologías, que éstas sean prácticas distribuidas y que las demandas sociales para su uso se resuelvan de manera compartida.

 Los niños y jóvenes que tienen interés en acercarse a la cultura digital lo hacen porque está en su medio, y muchos (no todos), la conocen fuera de la escuela; muchos de ellos (e insisto, no todos) ya son usuarios de ella. Los chicos aprenden a programar porque le encuentran sentido y utilidad. Pero no hay que perder de vista que la curiosidad y dedicación que manifiestan es generalmente por el medio completo y no por la programación per se. Aprovechando las lecciones señaladas por Freire y Galtung, la escuela puede aportar elementos para una aproximación crítica hacia la misma, y en este sentido lo que aprenderían acerca de la tecnología rebasaría el manejo de un lenguaje u otro.

Aprender a programar, a explorar páginas web, a revisar fuentes, a comprender algunos recursos digitales y a apropiarse del pensamiento computacional, puede ser útil para la participación ciudadana, para un empleo en el futuro, y para crear y socializar objetos propios. Pero esto también es cierto para la lectura, la escritura, las matemáticas, el dibujo, la música, el conocimiento de los fenómenos naturales y una apreciación de la historia.  Saber codificar es atractivo para los niños y los jóvenes en la medida que les permita hacer algo que les interesa hacer: una página web, una animación, una encuesta, una calculadora automatizada, un robot o una representación multimodal. Para mí la pregunta más bien sería: ¿en cuáles de las prácticas digitales que promovemos aprender a programar puede ser un aspecto necesario para poder participar en ellas? ¿Cómo incorporar el uso de la computadora—y con ella, la programación—a las clases de matemáticas, geografía, ciencias, historia o literatura?

Durante los últimos seis años he trabajado en México con profesores de secundaria que enseñan en escuelas públicas. He intentado comprender su proceso de apropiación de la cultura digital y su manera de incorporarla en el aula. He aprendido muchas cosas, pero la más sobresaliente es que el uso de la computadora puede ser un catalizador de cambios en la educación sólo si los profesores revisitan y transforman sus ideas acerca del aprendizaje y la práctica docente. Desde esta experiencia, me surgen  preguntas que no se pueden obviar: ¿quiénes van a ser los maestros que enseñen a programar? y ¿qué necesitan saber para integrar a la escuela el uso de la computadora, la participación en la cultura digital y la programación?

Debemos tener cuidado con nuestras expectativas acerca de lo que la enseñanza de la programación puede contribuir a la educación y a la resolución de los grandes problemas de nuestros tiempos.  Saber algo de programación no necesariamente equivale a conseguir un empleo, ni a la aceleración del desarrollo de los niños (¿cuál es la prisa?), ni a un estímulo para la creatividad. En este sentido, más que enseñar lenguajes computacionales como un fin en sí mismo, la incorporación de la programación podría—más bien tendría que—estar en el contexto de una actividad cultural más amplia. Esto es lo mismo que he dicho durante mucho tiempo acerca de la lecto-escritura. No queremos que la enseñanza de la programación tenga el mismo desenlace que la enseñanza de la ortografía y la gramática: alumnos que pueden recitar las reglas, pero que no saben expresarse por escrito.

* Judith Kalman trabaja e investiga en el Laboratorio de Educación, Tecnología y Sociedad (LETS) del Departamento de Investigaciones Educativas (DIE),

Centro de Investigación y Estudios Avanzados del IPN CINVESTAV). México, D.F.

Artículo publicado en la revista digital argentina El Monitor No 2013: http://elmonitor.educ.ar/debates/ensenar-programacion-en-la-escuela-una-segunda-mirada/

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